ADOLESCENTES
Bruno Marcos
La relación con mis alumnos se basa únicamente en el humor. Desechado el intercambio intelectual sólo nos queda ese vínculo. Ambos compartimos un entorno aparente en el que yo cumplo con la programación y ellos ejecutan, mal que bien, sus tareas. En el fondo algo muy aséptico, muy profesional por ambas partes.
No obstante yo represento varios papeles adicionales, de mi invención, por capricho. Al que te confiere el estatus de docente añado otros no del todo extemporáneos: Persona enfadada, amante del saber, devoto de la pedagogía, guardián, policía, justiciero, o.n.g. ambulante, confesor, psicoanalista, hermano mayor, padre sustituto, indiferente, consejero de salud, fan cultural, fan de sus esfuerzos, fan de mí mismo, fan de sus hazañas, exjuerguista, exadolescente, etc.
Sin embargo, el fin del humor para mí y para ellos no es el mismo. A mí me sirve para cuestionar ese entorno, para salvarme de la rutina deshumanizada y de su pasión por la estupidez; pero ellos lo usan para reafirmarse en su estado semisalvaje. Hace falta poco para que sean felices, tan sólo con curvar la comisura de los labios ante alguna de sus barbaridades se tiran por los suelos. Diríamos que yo estoy dispuesto a reírme de mí hasta cierto punto y ellos -carcajeándose de lo mismo- no.
Lo que ocurre no es que los adolescentes sean graciosos y los adultos no sino que los adolescentes son los adultos aburridos de pequeños.
Esta semana salían en un telediario dos profesores de matemáticas. Aparecían sobrexcitados por haber logrado un alto número de aprobados mediante la puesta en práctica de un sistema teatralizado en el que se colgaban carteles indicativos de su personajes, uno era la x otro el signo de multiplicar, etc. Acababan con un plano de uno de ellos gritando a cuatro patas sobre la mesa del profesor. Sin comentarios.
Entretanto unos legislan y otros deslegislan en las calles sin preguntar a los profesores, cuando quieran hacerlo habrán de buscarlos en el loquero.
Viene a visitarme A. y le cuento algunas conversaciones hilarantes con ellos y, jocosamente, me acusa de castigarles en lo afectivo. Le doy la razón y me río, pero no dejo de darle vueltas; sólo le dije que, cuando alguno se ponía pesado, no le hablaba durante dos o tres días. A mí me parecía un castigo suave pero, pensado así y, a sabiendas de lo necesitados que están de atención, me parece ahora muy duro.
El otro día entró una alumna en el aula con un ataque de histeria por un altercado insignificante y le propuse lo siguiente: “Si ahora tuvieses aquí un botón que, pulsándolo, destruyera el mundo ¿lo apretarías?" Me contestó: “Por supuesto”.
7 Comments:
el humor nos descubre la inteligencia y la estupidez de la personas.
no todas las preguntas merecen una respuesta aunque,a veces, si sirven para desahogarse.
la crueldad del silencio? mendigan el cariño que las letras y los números no pueden darle.
Has dado en el clavo .quien tiene un martillo sólo ve clavos en todas las partes
Me divierten tu artículos generacionales.
qien ríe el último ...
La adolescencia: etapa terrible entre los extremos cursileria y dramatismo.
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